miércoles, 27 de junio de 2018

LA COMUNIÓN DE LOS REOS

Posiblemente fuera una mañana de abril, ese abril de Granada al que Carlos Cano dedicó su “Luna de Abril”, Abril para Vivir, lo cierto es que según cuenta Bermúdez de Pedraza en su Historia Eclesiástica de Granada fue en 1567 cuando iba a ser ajusticiado un joven que aunque procedente de buena familia “se perdió por un don, principio casi de todas las desgracias que suceden en una República, porque en poniendo un don a uno, le condenan a ocioso, y por consiguiente a todos los vicios que resulta de la ociosidad, raíz dellos”; la vida ociosa del muchacho condujo a los demás vicios, pronto hizo del juego y los amores sus únicos afanes en la tierra, el jugar lo condujo pronto al hurtar y éste último pronto le llevó al Penal. Pocas vueltas hicieron falta en el potro para que nuestro joven confesara todos sus delitos siendo condenado a muerte.

Estando los Hermanos de la Caridad a la puerta del penal para conducir al reo a su último trabajo, éste solicitó la asistencia de un confesor para lo que enviaron a un confesor de la Compañía de Jesús y al hermano Juan de Sevilla natural de esta ciudad. Finalizada la confesión el joven solicitó la comunión demanda a la que se opusieron los alcaldes de la cárcel alegando “que no era costumbre de hazer lo que pedía, por la indecencia que había de entrar en la cárcel, lugar tan asqueroso, el Santísimo Sacramento”.
A lo que el hermano Juan de Sevilla replicó:
“Señor, lastimosa cosa es, que en tierra de Christianos, y con un Christiano que tiene derecho al mandamiento de la santa Madre Iglesia, que está en su favor, y le manda recibir el Santísimo Sacramento se le niegue, y por un tribunal tan Cbristiano, y de juezes de tantas letras. Que mayor gloria de V.S. se puede esperar en España, que hazer columbre contraria? Y si se repara en la reverencia de tan alto Sacramento, y la indecencia de tan baxo lugar, acuérdese V. S, que no ay lugar tan feo y abominable como el alma de un pecador, y no se dedignó este Señor de entrar en el alma del traydor de Judas, tercero de su muerte, y entra en la de muchos semejantes, sin padecer menoscabo su grandeza, ni deslustrarse su hermosura, ni mancharse su pureza, que al Sol no se le pega horror ni infición del lugar por do pasa, ni a la luz escurecen las tinieblas, antes las retira. Y no ay lugar tan baxo en la tierra donde Dios no asista y esté presente, sin que la baxeza del pueda hazer agravio al resplandor de la Magestad Divina. La carcel, si bien sea morada de mal hechores. No es injuriosa al juez, sino a los culpados ni por entrar en ella a hazer su oficio pierde un punto de fu autoridad, antes haze una obra de virtud. Y aunque por ninguna causa de persona, tiempo, ö lugar, o qualquiera otra cosa del mundo no pueda la grandeza de Dios menoscabarse, y debamos tratarle con tal reverencia, que no le pongamos en lugares tan baxos, bien mirado, no haze agravio sino servicio a la Magestad de su Rey quien le acompaña a la casa pobre y desaliñada del villano labrador, quando en esto tiene gusto el Rey. Y que sea este el de Christo nuestro Señor, quien puede dudarlo, sabiendo que por esto nació en un establo, y murió en una Cruz, y aun bajó a los infiernos?”
Indecisos los alcaldes trasladaron la solicitud al Arzobispo de Granada, por la fecha estimo fue D. Pedro Guerrero de quien el mismo Bermúdez de Pedraza dice, en otro capítulo, “pequeño de cuerpo, pero gigante en la opinión”, quien apenas oyó la petición ordenó al párroco de Santa Ana accediese a la petición del reo.

Años después este Arzobispo solicitó al papa Pio V pusiese fin a la costumbre de denegar la comunión a los condenados a muerte a lo que este último respondió con un motu propio a toda la cristiandad permitiendo la comunión de los reos.
Poco después Felipe II dictó una ley obligando a todas las cárceles a habilitar un espacio para capilla, lugar decente, donde los condenados a muerte puedan oír misa y recibir la comunión, costumbre que tuvo su origen en esta bella ciudad de Granada.

Bermúdez de Pedraza no nos contó el final, yo imagino que a nuestro desafortunado joven acompañaron hasta la Plaza Nueva para su ejecución los Hermanos de la Caridad entonando su triste retahíla “Den por Dios para misas. Den por Dios para misas que un joven perece ajusticiado”, mientras él iba sonriente, comunión o no, recordaría la carta a los Romanos: “si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom. 10:9), a lo lejos, entre la muchedumbre, Juan de Sevilla sonreía también.
Para cierre una observación, de Judas se dice “tercero de su muerte”, hoy nos suena extraño, los terceros eran los recaudadores de la Tercia, un impuesto eclesiástico, Judas recaudó treinta monedas.

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