martes, 14 de octubre de 2014

El Compadre Felipe


Hoy, 14 de octubre de 2014, se cumple el 513 aniversario de la erección de la Parroquia de San Andrés de Granada. Parroquia que a sus muchos méritos añade la de haber tenido como padrino de un bautizo a un rey de España. Como  a la historia publicada no creo deba añadir algo más,  os la traslado.

Quienes conocemos al párroco actual podemos afirmar que poco tiene que ver con el de la historia.
Paz y santa Alegría,
Javier
 

 

EL COMPADRE DEL TORNERO

(Tradición de Granada)

Por Luis López Ballesteros

 
Reinaba a la sazón en España la católica majestad del señor rey don Felipe II. El césar Carlos V, su augusto padre, encerraba a los pontífices en el castillo de Santangelo, y su piadoso heredero daba carne humana a las hogueras en tanto que rezaba por el alma los atormentados.

El nombre y los hechos del sombrío Austria "llenan muchas páginas de la historia; pero en esa leyenda popular, transmitida de padres a hijos, ha dejado también un recuerdo, negro como la ropilla que vestía, y un buen número de tradiciones que atestiguan el respeto, mejor dicho, el miedo que inspiraba.

¿Quien no recuerda el caso aquel ocurrido a uno de sus secretarios, que confundió la salvadera con el tintero y en presencia del regio amo emborronó el papel en que escribió? ¿Quién no tiene en la memoria algún pasaje de los muchos que andan en boca del vulgo, corregidos y aumentados por la fecunda vena del pueblo? El que voy a relatar ocurrió en Granada.

Y fue así:

Aunque apenas habían repicado el toque de animas en la torre de la catedral, soplaba de tal manera el cierzo de Sierra Nevada y era tan mortecina y triste la luz del crepúsculo, que las tortuosas callejas granadinas estaban desiertas. Digo, pues, que los buenos vecinos de la antigua corte de los Nazaritas no daban señales de vida, y que la ronda que velaba por su tranquilidad con la vara de la ley en la mano, no topó, aquel obscurecer pálido y frío, más que con la densa neblina, y a Io más, a lo más, con algún rondador enamorado que, de pechos en el moruno ajimez, daba gracias a la obscuridad y a su buena suerte.

Por una de las calles más estrechas y solitarias cruzaban dos hidalgos, y aunque el traje los igualaba, conocíase por el respetuoso ademán de uno de ellos que el otro picaba más alto en alcurnia y en señorío. Caminaban los dos en silencio, cuando de pronto, al doblar un ángulo de la calleja, sonaron voces y gemidos que parecían salir como del fondo de una tumba, y ambos se detuvieron delante de una casa de miserable aspecto.

Uno de los hidalgos exclamó:

           No parecen muy satisfechos los habitantes de esta casa, maese Pérez.

           No, en verdad, señor, a juzgar por sus voces y su lloriqueo.

Llegó éste a tal punto, que d hidalgo volvió a exclamar:

           Por mi vida, que algo grave ocurre a esa pobre gente. Subid, maese Pérez, y ved lo que pasa para tal desconsuelo, que no parece sino que se trata de su salvación eterna.

Maese Pérez obedeció la orden. Subió, empujó una puertecilla, y a la luz moribunda de un menguado candil columbró una estancia mezquina y apiñados en ella una mujer, joven aún, una vieja que estrechaba en sus brazos a una criatura y un hombre que, como agazapado en un rincón, miraba hoscamente al suelo.

Maese Pérez abarcó de una mirada el cuadro, murmuró un “Dios os guarde" y preguntó:

           ¿Podéis decirme a qué vienen tales lamentos? Cruzaba por la calle y subí al oírlos, por eso os interrogo.

Tranquilizada con estas razones la anciana contestó:

           Sepa vuestra merced, señor hidalgo, que a mi hija, que está aquí presente para serviros, le nació ayer un hijo de legitimo matrimonio, y aunque es ella, y somos todos, si pobres y miserables, cristianos viejos y buenos servidores del rey nuestro señor, el cura de San Andrés — que es nuestro párroco — se niega a bautizar a la inocente criatura porque no tenemos en el arca ni un solo maravedí ni de dónde nos venga para pagarle sus gajes y saldar los derechos de pila. Mire vuestra merced si tiene causa justa nuestro quebranto y si no clama a Dios tamaña crueldad y avaricia.

Maese Pérez oyó las sencillas razones de la vieja, y cuando hubo concluido dirigióse a la madre del niño y preguntóle:

           ¿Es cierto lo que dice esta anciana, buena mujer? Que cuidéis os digo — prosiguió — de decir la verdad; porque, en Dios y en mi ánima que si lo fuere lo apuntado, merece el reverendo padre perder, por bellaco, las dos orejas. Hablad, pues, con tiento.

           Señor, lo que mi madre os dijo no es sino el evangelio, y eso mismo os repetirá todo el barrio si preguntado fuere.

Echóse a llorar la joven, y el hidalgo que tan a conciencia llevaba su inquisitoria, preguntó al marido:

           Y vos, ¿qué decís a todo esto?

           Digo y aun juro por la Santísima Virgen de las Angustias, contestó bruscamente el tornero — tal era su oficio — que ha de vérselas conmigo el grandísimo sinvergüenza que por un puñado de negros y maldecidos ochavos morunos, le regatea hasta la salvación eterna a nuestro hijo.

Terminado el interrogatorio, maese Pérez paseó su mirada escudriñadora por la mísera estancia y miró con ternura al niño dormido sobre el regazo de la abuela. Aquel hombre de rostro serio y facciones duras parecía conmovido. Iba ya a sacar unas cuantas doblas de la bien repleta bolsa, cuando de pronto, haciendo un gesto irónico casi imperceptible, “esperad" — dijo a la familia del tornero; y ya fuera de la habitación, añadió en voz baja y sombría: — “Demos ocasión a la vanidad de los poderosos; a “él” debe corresponderá toda la “gloria" de esta acción.

El embozado le esperaba con impaciencia, y apenas apareció en el hueco del portal la negra silueta de su acompañante, le interrogó brevemente:

           Veamos, maese Pérez, ¿sabéis ya lo que ocurre?

           Señor, la injusticia más grande que he visto en mi vida; un sacerdote que se niega a cristianar a una infeliz criatura porque los padres no tienen para el bautizo.

           ¿Y ésos que lloraban?...

           Son la madre y la abuela, señor; el padre, que es un infeliz tornero, está también arriba jurando por la Virgen de las Angustias que ha de pagárselas el reverendo padre.

           Cosa grave es entregarse a la desesperación, maese Pérez. Pero vamos en su auxilio, que así Dios me salve si éste no es un caso de conciencia.

El embozado dió un paso hacia el portal.

           Señor, ¿vais a subir por esa sucia y angosta escalera?

           Callad, maese Pérez, más angosta es la de la vida y la subimos todos. ¡Feliz el que halla a Dios al pisar el último peldaño!

Maese Pérez se inclinó respetuosamente.

Poco después, la familia del menestral contemplaba con ojos asombrados al misterioso hidalgo... El cual bajó por primera vez el embozo de su capilla, y a la escasa luz del candil pudieron columbrar un rostro sombrío, como encajado en el marco de una barba rojiza y puntiaguda. Amplia gorguera de finísimo encaje ceñía el cuello del caballero y sobre la negra ropa que cubría su busto relucía una maciza cadenilla de oro.

           ¿Es éste el niño? — preguntó a la abuela que mecía en sus brazos a la inocente criatura.

           Este es, señor, — respondió la anciana mirando con embeleso a su nietecito.

El de la barba roja clavó en él la mirada, y al fin, con acento reposado y solemne, exclamó:

           Pues alegraos, buena mujer.

Y luego, dirigiéndose a la madre, a quien el respeto había hecho enmudecer:

           Yo seré, - añadió — el padrino de vuestro hijo. Llevadlo mañana a la casa de Dios y allí me encontraréis.

Dejó sobre la mesa una bolsa de oro, y antes de que la sorpresa cediera su puesto a la gratitud, se dirigió hacia la puertecilla, y posando una mirada severa en el tornero, murmuró con acento glacial:

           La Virgen de las Angustias os ha oído; cuidad de aquí en adelante de no jurar venganzas en su santo nombre.

Salieron, y ya en la desierta y lóbrega calleja se oyó una voz grave que preguntaba:

           ¿Sabéis quién es el cura, maese Pérez?

           Sí tal, señor; el cura de San Andrés.

           Pues no lo olvidéis — dijo.

E inclinando la cabeza sobre el pecho, guardó silencio.

A la mañana siguiente, maese Pérez entraba en la iglesia de San Andrés.

           ¿Sois vos el cura párroco?

           Yo lo soy, por la bondad de Dios — contestó el interpelado.

           Mucha será la suya, buen padre.

           ¿Lo decís por la que a mi me otorga? — exclamó amostazado el sacerdote, que había cazado al vuelo la réplica.

Maese Pérez no contestó.

           Tomad — le dijo — estos escudos y revestid de sus mejores ornamentos este santo templo. A la hora del “Ángelus” bautizaréis a un niño. Cuidad de cumplir mis órdenes y preparadlo todo, porque os importa mucho.

Hizo una reverencia y salió.

Poco antes de sonar en la torre de la catedral las doce campanadas del mediodía, la familia del tornero llegó a la iglesia. Llevaba la madre el niño en sus brazos, y por todo cortejo la abuela vistiendo juboncillo y falda de estameña, y el padre con trusa dominguera, limpio calzón y borceguí de cuero, mercado todo aquel mismo con los doblones del hidalgo.

."—Mucho tendremos que esperar — dijo la anciana contemplando la iglesia adornada lujosamente, — parece que hoy repican gordo.

Acertó a cruzar por allí el codicioso párroco, “Con gesto más avinagrado que de costumbre quizá porque recordaba la picante alusión de maese Pérez a la infinita bondad de Dios — se encaró con los importunos gritándoles sin Pizca de caridad:

           ¿Otra vez aquí? Ya os he dicho que en San Andrés no se bautiza de balde... ¡Con que largo!

           Y yo os afirmo lo contrario, reverendo padre — murmuró a su espalda una voz.

Y mientras el cura buscaba, sorprendido y colérico, a aquel que le contradecía tan terminantemente, el tornero, su mujer y la anciana reconocían al hidalgo de la ropilla negra, la barba rojiza y puntiaguda y el mirar sombrío...

           ¡El desconocido! — exclamaron los tres.

           El padrino, queréis decir. Os lo prometí, y yo nunca falto a mi palabra. Ya lo oís, padre; yo apadrino a esta criatura. Estas galas que resisten los muros son para él; con que así, apresurad la ceremonia.

El niño recibió, por fin, sobre su inocente cabeza aquella agua bautismal tan regateada Por la codicia del párroco.

Quedaba por cumplir el trámite de la inscripción en el registro parroquial, y el párroco de San Andrés, colérico y mohíno, interrogó bruscamente:

           ¿Vuestro nombre?

           Me llamo Gil Pérez, señor — respondió el tornero.

           ¿Y vos?

           María de las Angustias...

           Bien. Ahora el padrino... ¿Os llamáis?. ..

El hidalgo contestó:

           Me llamo Felipe.

           Felipe ¿de qué?

           Felipe — volvió a repetir secamente el interpelado.

El cura añadió con ira:

           ¿Tal es vuestro apellido que os pesa el declararlo?

El desconocido se puso en pie violentamente, y una ola de sangre enrojeció sus marmóreas facciones. Después, más pálido que un muerto, pero con profunda y siniestra calma, dijo con voz solemne y señalando al libro parroquial:

           Señor cura, poned ahí... Felipe II de Austria, rey católico de España y de sus Indias.

El párroco de San Andrés abrió desmesuradamente los ojos, su cuerpo se sacudió bruscamente, quiso, hablar y cayó muerto.

En el folio correspondiente a la partida bautismal del hijo del tornero, que se conserva aún en la parroquia de San Andrés de Granada, hay un borrón sobre el nombre del padrino y sigue luego la inscripción de letra distinta, perteneciente al teniente cura que terminó el acto.

Así fue un humilde menestral el "compadre" del rey más poderoso de la tierra.

El que en este relato ha figurado con el nombre de maese Pérez, no era sino Antonio Pérez, el célebre secretario de Felipe II.

 
López Ballesteros, L. Caras y Caretas, Buenos Aires (Argentina). Mayo de 1935.

sábado, 20 de septiembre de 2014

LAS TRES MUERTES DEL HIJO DEL MAESTRO DE PULIANAS, D. DIÓSCORO GALINDO, FUSILADO CON GARCÍA LORCA

 
Hoy, cumpleaños de mi amiga Nieves García Catalán, nieta del maestro de Pulianas fusilado con Federico García Lorca, Dióscoro Galindo, reproduzco el artículo que el 18 de agosto de 2009 publiqué en IDEAL de Granada sobre su padre Antonio Galindo.
Le deseo tenga un día estupendo y respondo a los deseos de mi amigo Rafa de conocer que oculta el tapiz de la escalera de la Facultad de Derecho de Granada, facultad que ha sido noticia desgraciadamente en estos días.
 
LAS TRES MUERTES DEL HIJO DEL MAESTRO DE PULIANAS, D. DIÓSCORO GALINDO, FUSILADO CON GARCÍA LORCA
 
 
Ironías del destino, tras el mal rato pasado la noche del 15 de agosto de 1936 cuando algunos falangistas registraron su casa, la noche del 16 escuchaba D. Dióscoro Galindo junto a su esposa e hijos la charla de Queipo: “Tengan en cuenta … que no debe usarse el color negro para recordar al que muere por la Patria, porque el que muere defendiendo cosa tan sagrada, no desaparece, sino que nace a mejor vida”, tras oírla y con lágrimas en los ojos recordó a los maestros de Huetor Vega, de Alhendín, de Tiena, de La Zubia, a Ambrosio, … a todos aquellos compañeros suyos, maestros, de los que tras su detención no se había vuelto a saber nada, ¿permanecerían detenidos? ¿habrían muerto? ¿ni siquiera dejarían a sus viudas llevar luto por ellos?, recordó el artículo de Ideal del día 1 del mismo mes, “Es escuela sin Dios la escuela laica”: “Os dieron corazones e inteligencias jóvenes que educar … no obstante, ¡maestros laicos! … dejasteis crecer al discípulo … en sus perversos instintos … ¿ Y habrá quien no considere a tales mentores cómplices de la impiedad y buenos conductores de la irreligión?”.
D. Dióscoro no podía imaginar que el día siguiente, el 2 de agosto, el maestro de Huetor Vega sería el primer fusilado en Viznar y que el 18, dentro de esa absurda represión que cayó sobre los maestros laicos, también en Viznar, casi al amanecer, él mismo sería fusilado junto a García Lorca y dos banderilleros, pasando su mujer a engrosar el capítulo de viudas a las que se les negaba el luto.
Pero lo que nunca pudo imaginar es que su hijo Antonio moriría tres veces y que en dos de ellas sería recordado como un mártir por cada uno de los bandos enfrentados desde el 18 de julio.


 
 
PRIMERA MUERTE: ANTONIO GALINDO, VÍCTIMA DE LOS “ROJOS”

La primera muerte de Antonio Galindo fue en 1940, el nuevo régimen, con la doble intención de lograr la máxima adhesión de la población al mismo y de justificar la rebelión, había implantado, ya desde 1936, una cultura de la muerte: “¡Caídos por Dios y por la Patria, Presentes!”, … para ello llenaba nuestras plazas, centros públicos e iglesias de monumentos o inscripciones sobre piedra relativas a los caídos. Para el Régimen las Universidades no debían vivir ajenas a esta “cultura de la muerte” y Granada que ya organizó en febrero de 1938 un solemne funeral por los estudiantes caídos en la Virgen de las Angustias, decidió en 1940 colocar una gran lápida que conmemorara a los estudiantes granadinos “que ofrecieron a Dios y a España el supremo holocausto de su existencia”, a aquellos que fueron “levadura de la Universidad Imperial”; para su colocación se llevó a cabo una reforma de la escalera principal de la Universidad. actual Facultad de Derecho, donde, en el paño central, de piedra elvira, “se han grabado los nombres de los 144 alumnos de la Universidad granadina caídos durante la Cruzada, obtenidos después de concienzuda investigación”. La lápida estaba encabezada con una inscripción latina en tres dípticos en los cuales se desenvolvía “la triple idea de la muerte heroica de los caídos por la honra de España, la presencia de ellos como vencedores y la inmortalidad que con el laurel de la victoria, la madre Universidad les promete”. Venían después los nombres y apellidos de los caídos.
Antonio Galindo Monge, el hijo de D. Dióscoro, era uno de ellos, los papeles de la “concienzuda investigación”, guardados en la actualidad en el Archivo Central de la Universidad a cuyo personal debo un especial agradecimiento por facilitarme tanto esta documentación como el expediente personal de Antonio Galindo, lo recogen: “Número 24. D. Antonio Galindo Monje.- Su padre fue maestro nacional en Pulianas”.
El 4 de octubre de 1941 fue descubierta solemnemente la lápida por el rector de la Universidad, señor Marín Ocete, con emocionadas palabras del jefe del Distrito Universitario del S.E.U., Jacinto Martín, “de la semilla que ellos sembraron con riesgo han surgido las magníficas legiones que desde el primer momento cambiaron los libros por el fusil, para marchar a los frentes de combate y ser honra de nuestro Ejército, de nuestra Universidad y del S.E.U.” y aún hoy, 2009, permanece la placa en la escalera principal oculta tras un tapiz con el escudo de la Universidad. Poco podía imaginar el hijo de D. Dióscoro que cuando él, esa fría mañana de octubre, en la prisión de Santa Ursula de Guarromán, al oír su nombre de labios de sus carceleros contestaba ¡Presente!, a pocos kilómetros, cientos de estudiantes de su Universidad, la de Granada, al oírlo contestarían ¡Presente!, llorando su muerte por la Patria.

Diario Patria, Octubre de 1941
 
Cuando años después, en Diciembre de 1947, Antonio Galindo solicita el traslado de su expediente académico a Madrid nadie recuerda que en la escalera principal, grabado “en bellos caracteres de letra capital romana en color rojo”, figura como caído ese estudiante de Medicina al que se le traslada el expediente. Por desgracia, Antonio Galindo no finalizará sus estudios en Madrid, las distintas ocupaciones que debe desempeñar para mantener a su familia o, quizás, el miedo a las represalias le llevan a tomar esa decisión.
Allí se cerró la aventura académica en la Universidad de Granada del hijo de Galindo; iniciados sus estudios en la Universidad de Granada en 1925, en 1930, al ser trasladado su padre como maestro a Santiponce (Sevilla), traslada su expediente a la Universidad de Sevilla, en la que hasta 1934 cursa con buenos resultados nueve asignaturas; en octubre de 1934, el traslado de su padre a Pulianas provoca un nuevo traslado de expediente a Granada, dónde finalizará tres asignaturas en el primer año, no pudiendo acabar la carrera en el curso 1935-1936, dados los acontecimientos que en julio de 1936, tras la revuelta de los militares, cerraron el curso.

SEGUNDA MUERTE: ANTONIO GALINDO, VÍCTIMA DE LOS “NACIONALES”

La segunda muerte de Antonio Galindo se produce en 1975, bueno para ser exactos como en la primera no es esa la fecha de la muerte, realmente se produjo también en 1936, pero esta segunda muerte no la causaban las balas de los “rojos” sino de los “nacionales”. En 1975 José Luís Vila-San-Juan publica su obra “García Lorca, asesinado: toda la verdad” (Planeta, 1975), en la misma narra como en el coche que desde Pulianas condujo a D. Dióscoro a Viznar viajaba también su hijo Antonio que fue fusilado junto a García Lorca, Francisco Baladí, Joaquín Cabezas y su padre Dióscoro. Posiblemente el error se debió a los recuerdos ya difuminados por el paso del tiempo de los testigos, quienes confundieron las circunstancias en que murieron D. Ángel Matarán, maestro de Alhendín, y su hijo Alfonso con las de D. Dióscoro.

Ángel Matarán fue detenido el día 13 de agosto, cuando la guardia civil le ordenó subiese al vehículo con ellos uno de sus hijos, Jesús, propuso al mayor, Alfonso, lo acompañara. Ambos subieron al vehículo que los esperaba para llevarlos al cuartel de las Palmas, Jesús intranquilo por la suerte de su padre y hermano los siguió corriendo hasta dicho cuartel. Ángel y su hijo Alfonso serían fusilados en Nigüelas ese día o el día 14. Dióscoro Galindo fue detenido el 18 de agosto, cuando le ordenaron subiese al vehículo su hijo Antonio, intranquilo por la suerte de su padre, los siguió corriendo en bicicleta, minutos después los policías que llevaban a su padre a Viznar pararon el coche y lo amenazaron con matarlo. Las semejanzas entre ambas muertes y la persecución infructuosa de sus hijos pudo ocasionar, cerca de cuarenta años después, esta confusión.  
Como en la primera muerte de Antonio por las balas de los “rojos” en ésta su segunda muerte, por las balas de los “nacionales”, nadie usó el color negro para recordar al que muere por la Patria.

TERCERA MUERTE: ANTONIO GALINDO FALLECE DE MUERTE NATURAL

El 2 de septiembre de 1989, a los 80 años, de una parada cardiopulmonar, fallece Antonio Galindo Monge en Madrid, junto a su mujer e hijas revive los últimos momentos de su padre con el que pronto se unirá. Luchador incansable, teniente de sanidad durante la guerra civil, preso en Jaén y Guarromán, peón de albañil, conductor, administrativo, …; esposo y padre ejemplar, como recuerda su hija Nieves Galindo, no acabaron con él las balas de los “rojos” ni de los “nacionales” y ese día de septiembre pudo abrazar por fin a su padre. A pesar de Queipo, su viuda e hijas usaron el color negro para recordar al ser querido que las abandonaba.
En su tercer muerte Antonio Galindo recibió la mejor de las recompensas a una vida de trabajo y amor a su familia, el cariño de su mujer Genoveva e hijas; por su segunda muerte, la narrada por Vila-San-Juan, recibió las disculpas del autor; posiblemente ya es hora de que por su primera muerte, grabada “en bellos caracteres de letra capital romana en color rojo”, la Universidad de Granada rectifique el error.

Escalera principal de la Facultad de Derecho de Granada, detrás la placa.
 

 

Escrito en 2009, hoy Antonio Galindo aún figura en la lista de estudiantes caídos por la patria.

Paz y santa Alegría.

 

domingo, 3 de agosto de 2014

El paraguas y la compañía. En memoria de Alfonso Carlos Comín





 
             El pasado 23 de julio se cumplía el 34 aniversario de la muerte de Alfonso Carlos Comín y no quiero dejar pasar esta fecha. Se de mucha gente que lo minusvalora, unos posiblemente sin haberlo leído, otros por su vocación marxista –aún recuerdo al padre Tomás, en San Sebastian, invitándome a olvidar el Decreto del Santo Oficio de 1 de julio de 1949 que condenaba como apostatas a los lectores de libros marxistas (¡cuantos católicos habrán ardido en el infierno por culpa de ese decreto!)-. Pues bien, continúo, por aquellos años conocí la obra de Alfonso Carlos a través de EL CIERVO, reproduzco uno de sus artículos en dicha revista publicado en “España, ¿país de misión?”:

Algunos años después, como ayer, solo espero que en mi lápida se pueda escribir “Solo fue  un pobre Martín”, del que como decía Alfonso: "Tiene gracia. Hay gente desconfiada. Cuando me acerco me hacen una mueca de desprecio y rehusan".

  Gracias Alfonso.

Paz y santa Alegría.

Javier

 

 

EL PARAGUAS Y LA COMPAÑÍA


Alfonso C. Comín


Martín vio venir al hombre joven. Aunque llevaba gabardina, iba completamente mojado. Le goteaba el pelo, las manos y la cartera. Salió a su encuentro enarbolando el paraguas.

—Le acompaño. Así no se moja.

El hombre joven le miró sorprendido. Pero al ver su ingenua sonrisa dijo sencillamente:

—Gracias.

—¿Va muy lejos? —preguntó Martín.

—¡Oh!, no mucho. Pero si tiene prisa me puede dejar. Estoy acostumbrado. Nunca llevo paraguas.

—No, si no es por mí. Yo estoy para eso. Era por sus pies; los lleva muy mojados... No sé cómo hacerlo.

El hombre joven miró sus zapatos y notó las plantas húmedas. Al mirar vio también los pies de Martín. Peor que los suyos.

—Pero, ¿y usted? ¿Ya se ha dado cuenta?

—Bueno, yo estoy para eso.

El hombre joven no acabó de entender bien. Iba a preguntar qué quería decir «Yo estoy para eso». Pero Martín dijo rápidamente:

—Ha dicho que va cerca, ¿verdad? Perdone. Si me lo permite acompañaré a aquella viejecita de la otra acera; ni siquiera lleva impermeable. Además, va a resbalar.

Y cruzó corriendo.

El hombre joven no comprendió cómo la había visto. Tan pequeñita y acurrucada contra la pared del otro lado de la calle. El mismo bastante trabajo tenía con evitar los charcos.

• * «

—Lástima que los coches no recojan gente que vaya en su misma dirección. Mire, en ése iría usted estupendamente. Mi paraguas no le evita el frío. Además, si todos lo hicieran no andarían así los tranvías. Fíjese, aquel chico se va a caer del estribo.

—¡Agárrate bien! ¡No resbales! —gritó Martín al muchacho.

La viejecita se paraba de vez en cuando. Respiraba fatigosamente.

—Muchos días de lluvia lo pienso. ¿Qué les costaría a los coches vacíos llevar gente?

Mientras vayan en la misma dirección... Con un paraguas se hace poca cosa.

La viejecita hizo un gesto señalando una portería oscura y sucia. Martín la ayudó a cruzar cogiéndola del brazo. Al llegar, la viejecita dio un beso a Martín en la frente y se metió en la oscuridad.

• * «

Aquel día recibieron en el hospital un hombre herido de atropello. Martín tuvo una muerte dolorosa. Las piernas aplastadas por el tranvía. Antes de morir había preguntado entre ronquidos:

—¿No encontraron un paraguas? Un paraguas...

• * «

Después se supo, por un amigo que leyó el periódico. El mismo Martín se lo había contado:

«Apenas servía para nada. En el pueblo no me enseñaron ni siquiera a leer. Pero aquel día... Fue el hijo de la vecina. Nos conocíamos poco, pero me vio muy mojado. Y levantando su paraguas me dijo riendo: "Si quieres te llevo". Entonces se me ocurrió la idea. El paraguas; no sé por qué era lo único que conservaba. ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Tanto tiempo sin servir para nada.»

El amigo recordó. Martín decía:

«Tiene gracia. Hay gente desconfiada. Cuando me acerco me hacen una mueca de desprecio y rehúsan. Quizá... Voy un poco roto. Pero bueno, la mayoría agradecen el paraguas y la compañía. Al menos eso dicen...»

• * «

El amigo recordó lo que otros decían:

«Ese Martín es un inútil. No sirve para nada.»

• * «

De Martín se dijo que había sido un predecesor.

(El Ciervo, junio de 1957.)

domingo, 22 de junio de 2014

LA VERDAD Y LA MENTIRA



Hoy quiero dedicar estas líneas a una gran maestra de la palabra, a una tejedora de cuentos como le gusta llamarse.

Ana García Castellano García.

 

Era el ya lejano 2005 cuando tuve ocasión de disfrutar de sus cuentos; se desarrollaban en Granada las Jornadas de Pastoral Educativa en las que participaba mi esposa, y asistí a alguna de sus ponencias.

La de Ana no puedo afirmar que fuera una “ponencia” al uso, me cautivó su “ridiculum” y me enamoré de sus historias.

Para vosotros su pequeño cuento “La Verdad y la Mentira”.


 

 
LA VERDAD Y LA MENTIRA

Pues dicen que al principio de los tiempos, Dios acababa de crearlo todo. Sí, el mundo estaba así, recién estrenado. Todo nuevo, sin usar. Y daba gusto verlo, pues todas las cosas de la Creación se mostraban tal como son, en su esencia más primigenia. Cada una de ellas aparecía pura, sin un ápice de corrupción o deterioro. Aún se desconocía la contaminación de cualquier tipo (el chapapote era ciencia ficción), y todo era luminoso y limpio, pues, como decía, las cosas se mostraban en su más prístina apariencia. Es decir, tal como son en realidad. Por ejemplo: la Mentira. ¿Cómo iba la Mentira? Siempre iba revestida de galas, tules, gasas y sedas; brocados, recamados y pedrerías. Las manos, llenas de anillos, y le recorrían los brazos desde la muñeca hasta el sobaquillo, brazaletes de oro y plata (todo malo, por supuesto -falso, como ella-, de baratija, pero que daba el pego, naturalmente). Pendientes de filigrana y perlas en sus orejas, collares de oro colgaban de su cuello, y en el cabello lucía corales y piedras refulgentes (bisutería barata).
 
Sin embargo, la Verdad, ¿cómo iba la Verdad? Pues... tal como es ella: desnuda. En pelotilla picada.

Era tan pura la Verdad, que miraba el mundo recién creado con sus ojos transparentes, y lo veía tan hermoso, tan lleno de luz, que sentía unas ganas enormes de contarle a la gente tanta belleza. Movida por ese deseo, entraba en pueblos, aldeas y ciudades, a contar a la gente cuanto había contemplado. Pero, ya se sabe: la gente, a menudo, es un poco rara. Cuando veían llegar a la Verdad así, toda desnuda, en cuero vivo, se ponían fuera de sí, y la perseguían, increpándola: ¡Anda, guarraaaaa! ¡Fuera de aquí, sinvergüenza! ¡Pendón desorejao! ¡Vamos, mujer, que tendrás madre! Y cosas peores, que no se pueden mencionar en una ponencia seria como es ésta. Apedreada, perseguida, humillada, la Verdad salía espantada de aquellos lugares, sin entender, en su inocencia, por qué la expulsaban lejos de su lado. Presa, entonces, de una turbación extrema, entregábase al llanto y a la desolación, en las laderas del camino.

— ¿Por qué? -se preguntaba sobrecogida-, ¿por qué me echan de su lado? ¿Qué clase de monstruo soy, qué aborto de la Naturaleza, que sólo mi contemplación produce repulsa...?
 
Y con ésta y otras desoladoras reflexiones, la pobre se cogía unas depresiones exógenas, que no levantaba cabeza... La verdad es que daba lástima la Verdad.

Hasta que un día, en que hallábase la Verdad entregada a estas perturbadoras cavilaciones que ya conocemos (¿qué monstruo, qué engendro...?), acertó a pasar por allí la Mentira, que al ver a la Verdad en aquella penosa situación le preguntó:
 
 -  Pero, colega, vale, ¿qué te passa?
 
 -  ¿Qué qué me pasa? -rompió en sollozos la Verdad-, Dímelo tú. Dime qué clase de monstruo, de aborto soy, que sólo con mirarme produzco repugnancia.

-  ¿Monstruo, aborto...? -la Mentira caviló perpleja unos instantes- Jo, qué marrón te estás comiendo tú, colegui, ¿no? Tú, ni monstruo ni ná...

La Verdad la escuchaba en silencio.

-   Tú, lo que tienes -dijo la Mentira observando de arriba abajo a la Verdad- es un problema de imagen que te cagas.
 
-  ¿De verdad? -se reiteró la Verdad.
 
-  Psss... lo que yo te diga... ¿tú me dejas que yo te asesore?
 
-  A... asesórame —alzó los hombros la Verdad, sorbiéndose los mocos.

La Mentira, entonces, se quitó unos tules y se los colocó como pudo, con imperdibles, a la Verdad. Luego la observó: —Mmmm... la verdad —dijo la Mentira—, es que tienes un careto... A ver, una rayita en el ojo... Un poco de colorete...
 
Al fin, la miró con delectación:
 
- ¡Ajajá! Ahora sí. Ahora sí que puedes ir a la gente...
 
- ¿Tú crees? -preguntó, dudosa, la Verdad.
 
- Sí. Ahora ya verás, tú entra en los pueblos y di lo que quieras. Ya verás como ahora sí que te escuchan.
 
Partió la Verdad, vacilante. Al verla alejarse, la Mentira la llamó:
 
- ¡Eh! Espera, espera un momento... Verás. Como te he dicho, ahora puedes largar cuanto quieras, que te van a hacer caso... Pero si alguien te pregunta cómo te llamas... Si alguien te pregunta cómo te llamas, ni se te ocurra decirles que te llamas Verdad... -la Mentira caviló unos instantes-. Si alguien te pregunta cómo te llamas, les dirás que te llamas... les dirás que te llamas... ¡FÁBULA!
 
Y así fue cómo desde entonces, la Verdad aprendió que, para poder acercarse hasta nosotros, para que realmente nos atreviéramos a contemplar lo que ella nos muestra, sólo puede hacerlo así, disfrazada, revestida, bajo las galas de Fábula.
 

 
Tomado de: El Imaginario educativo: arraigados en el Espíritu – Jornadas de Pastoral Educativa 2005. Madrid: Ediciones San Pio X, 2005.

jueves, 19 de junio de 2014

CORPUS EN GRANADA II


Paseaba yo ayer por la Plaza de Bibrambla cuando Irene y sus Marionetas, que allí actuaba, me llamó la atención.
 
Son distintas las formas de celebrar estas centenarias fiestas del Corpus, no podemos olvidar fueron aprobadas por Isabel y Fernando tras su entrada en Granada; pero siempre han llamado a los granadinos de todos los rincones de España, a alguno conocí que venía expresamente al Hotel los Tilos, amante de Granada y sus fiestas las saboreaba las veinticuatro horas del día; aunque hay que decir que otros aprovechaban las fiestas para provocar motines, como el que en 1705 intentó el célebre Carambona, mas conocido como Príncipe de Maestrich, de quien otro día hablaré. 

Pero nunca faltaron los niños. Hoy asisten entusiasmados al bello espectáculo de Irene, antes lo hacían a los títeres de Talio. Estos son los que hoy me ocupan.
 
LOS TÍTERES DE TALIO 

Año tras año, con ocasión de las fiestas del Corpus, nos visitaba el Teatro de Marionetas del Retiro, para alegría de los niños e incluso de nuestros padres, que mas de una vez se quedaban, como nosotros, absortos en este bonito espectáculo.
 

 

Unas veces era “La gallina de los huevos de oro”, otras “Chacolí y Chacolá en el Amazonas”, “Chacolí y Chacolá contra el basilisco”, “Chacolí y el platillo volante”,…

Aventuras terribles en las que Chacolí, o Chacolí y Chacolá que en ocasiones vinieron juntos, o Merlín, o la terrible bruja Candileja, o el enanito Pimentón, o el terrible Patachopo, … o ese innumerable panel de personajes, nos hacían aplaudir sin parar cuando Chacolí o su hermano superaban todas las pruebas, gracias sobre todo a nuestra ayuda que cuando veíamos aparecer a la malvada bruja por uno de los lados del escenario gritábamos asustados: “¡Chacolí!, ¡Chacolí!, ¡Chacolí! ¡La bruja! … para avisar a Chacolí. Niños que temblábamos de miedo cuando Candileja, Merlín o el Dragón casi, casi, … atrapaban a nuestros héroes.

Claro que esto último nunca ocurrió, gracias a nosotros Chacolí que debía de ser algo torpe, ya que nunca veía venir a la malvada bruja, al oírnos, volviéndose a nosotros, preguntaba: ¿Dónde?, y nosotros con ojos asustados señalábamos a la bruja.

 

 
Tras descubrir a Candileja tomaba su porra de dos tablillas y golpeándola gritaba: “¡Toma, toma y toma, y ahora a la basura!”, para nuestra alegría y tranquilidad.
 
Y es que Monchita García, Olga de la Torre y Natalio Rodríguez, e incluso María del Carmen Martínez-Villaseñor, conocida más tarde como “Mary Carmen y sus muñecos”, que también formó parte de la compañía en su juventud, y todos los que trabajaron con Natalio no solo sabían manejar títeres, sino que sobre todo sabían construir sueños infantiles.
 
 
Natalio, Talio, el fundador del Teatro de Marionetas del Retiro en 1947, con quien están en deuda los mejores titereros y marionetistas de este país, aun cuando en algún momento se reprochara su nacimiento de la mano del Frente de Juventudes, aprendió de los mejores de Europa el buen hacer en escena, y supo transmitirlo a su equipo y familia; no puedo dejar de mencionar que José Luis Moreno es su hijo, aunque use el apellido materno en homenaje a los grandes ventrílocuos Felipe Moreno y Señor Wences, hermanos de su madre.

Con el paso de los años Natalio Rodríguez dejó de visitarnos para dedicarse a crear muñecos para los mejores maestros de marionetas y ventriloquia del mundo y colaborar con la serie infantil “Un globo, dos globos, tres globos”. Viendo la tele con nuestros hijos, nosotros, los que ya no éramos tan niños, volvimos a disfrutar de sus títeres.

Y poco más, o si, os contaré un pequeño secreto sobre nuestros viejos amigos Chacolí y Chacolá.

CHACOLÍ Y CHACOLÁ
 
 
 
Natalio Rodríguez, posiblemente queriendo darle un aura de modernidad a su espectáculo, mencionaba que viendo las películas de Disney trató de emular la rapidez de Donald, quien desaparecía y aparecía velozmente en la pantalla, para ello creó dos muñecos exactamente iguales, haciendo que uno apareciera inmediatamente después por el sitio opuesto a donde desapareciera el otro; pero para su sorpresa, los niños españoles, al parecer más agudos que los yankees, rápidamente pillaron el truco, por lo que llamó a uno Chacolí y a su gemelo Chacolá.
 
Yo no quiero dudar del gran Natalio pero solo quiero apuntar que al menos veinte años antes de la creación de estos muñecos el gran Saturnino Calleja hacía desaparecer al tío Anselmo al grito de ¡Chacolí!, ¡Chacolá!.
 
 
 
Y ahora a disfrutar, un viejo NO-DO tomado de la página web de TVE con los titeres de Natalio.
 
 

NODO 466-A, de 10 de diciembre de 1951. Edición sin audio.
 
Como veréis ese pato no puede ser otro que el pato Nicol de Mary Carmen.
 
 Paz y santa Alegría

 Javier

miércoles, 18 de junio de 2014

domingo, 15 de junio de 2014

CORPUS EN GRANADA

Empieza el Corpus.
 
Un recuerdo de los Corpus de antaño.
 
1959. Un Corpus especialmente lluvioso, eran esos Corpus que duraban dos semanas, pues bien éste se prolongó una semana más para que los feriantes pudieran hacer rentable su establecimiento.
 
Un Corpus lleno de inauguraciones, se instala una enorme pajarera junto a la Biblioteca del Salón, bonita pajarera a la que nos asomábamos los niños con ojos de admiración; los bomberos reciben un magnífico camión con diez plazas para sus servicios, aunque sea solo un tuneado[1] de un vehículo anterior, pero nos ilusionaba; el Ayuntamiento aprueba que los tranvías de Gran Vía y Reyes Católicos sean sustituidos por autobuses,  …

 
 
Un año en el que Granada recuerda en sus carocas, como siempre, que está llena de baches y que las nuevas construcciones destruyen la vega, aunque para muchos sea un sueño ya casi real tener una casa en propiedad.


 
 
Así que cuatro imágenes, pocos las podéis recordar, no habíais nacido, yo era muy niño, pero todos podemos disfrutar recordando esa Granada.
 
Paz y santa Alegría,
 
Javier


[1] Evidentemente no me refiero a tunear como “proceder como un tuno”, que entonces también había Bárcenas e Iñakis, sino, como señala Manuel Seco en su Diccionario del Español Actual (DEA), personalización de algo, especialmente cuando se trata de automóviles