Publicada la entrada sobre la Casa del Americano, mi
amigo Telésforo me narraba otro juego de amantes ocurrido en Granada, como la
historia creo merece vuestra atención paso a contárosla:
Corría el año de 1526 cuando, tras recibir las oportunas
dispensas de Roma pues eran primos, se casaron en Sevilla Carlos e Isabel.
No, no, no, perdonad, … la historia viene de mucho antes.
La culpa la tuvo el abuelo, os los presentaré:
Retrato de Maximiliano. Joos van Cleve, 1530. |
Maximiliano, rey de Romanos, dueño de un imperio inmenso,
desde el Mar del Norte hasta la frontera turca; padre de Felipe el Hermoso. Su
nieto, Carlos, futuro Carlos I de España, lo adora.
La Familia del emperador Maximiliano; en el centro, su nieto Carlos, futuro Carlos V (Retrato de Bernhard Strigel). |
Carlos, cuantas veces puede escaparse a la corte de su abuelo, gusta de admirar el retrato que le hizo Joos van Cleve, la seriedad, la bondad,
la dulzura con la que sujeta una flor. Maximiliano le cuenta la trajo
expresamente para su primera esposa María de Borgoña, madre de Felipe el
Hermoso y abuela de Carlos, desde Persia. María falleció con solo 25 años tras
una caída de caballo, Maximiliano nunca la olvidó. Carlos recordará siempre las lágrimas de su abuelo
mientras le hablaba de ella.
Ahora si puedo volver a 1526. En Sevilla está próxima a
celebrarse una de las muchas bodas por intereses políticos de las que tan amiga
es la Corona de Castilla, Carlos I se casará con su prima Isabel de Portugal. Ésta,
que hizo su entrada triunfal en Sevilla, el 3 de marzo espera la llegada de
Carlos I. El 10 del mismo mes este encuentro se produce. Cuentan las crónicas
que fue un auténtico flechazo: “ … cuando
llegó al aposento de la emperatriz é se vieron, la emperatriz se hincó de
rodillas é porfió mucho por le besar la mano. El Emperador se abajó mucho é la
levantó abrazándola, é la besó, é la tomó por la mano, …”. Contra
todo protocolo e impelidos por la pasión amorosa, dos horas después de haberse conocido se casaron.
Pocos días después, el 13 de mayo, el emperador y su esposa,
agobiados por los calores sevillanos, trasladan su corte a Granada.
Carlos, quizás recordando la flor que sostenía su abuelo en
la mano, manda traer desde la lejana Persia una flor igual, un clavel, que le
entregará a Isabel como promesa de amor. El clavel gustó tanto a Isabel que el Emperador ordenó
sembrar todos los jardines de la Alhambra de claveles, que pronto extendieron
su aroma por todos los rincones del Palacio.
-oOo-
Por un solo clavel, Granada ganó una emperatriz, la llamada Emperatriz
del clavel; España, ganó el cultivo de esa flor, hasta entonces desconocida a
este lado del Mediterráneo, y los enamorados, los claveles rojos, símbolo del
amor vivo y puro.
Isabel murió a los 39 años, de su belleza y bondad podría
dar testimonio Francisco de Borja, después santo, quien ante su cadáver,
también aquí en Granada, juró “no más
servir a señor que se me pueda morir”.
Fragmento del retrato de la emperatriz Isabel por Tiziano en 1548. Museo del Prado. |
Bien puede ser cierto lo que algunos afirman, que Camões
pensaba en ella al escribir este soneto:
Al ver vuestra belleza, oh amor mío,
de mis ojos dulcísimo sustento,
tan elevado está mi pensamiento
que conozco ya el cielo en vuestro brío.
Y tanto de la tierra me desvío
que nada estimo en vuestro acatamiento,
y absorto al contemplar vuestro portento
enmudezco, mi bien, y desvarío.
Mirándonos, Señora, me confundo,
pues todo el que contempla vuestro hechizo
decir no puede vuestras gracias bellas.
Porque hermosura tanta en vos ve el mundo
que no le asombra el ver que quien os hizo
es el autor del cielo y las estrellas.
Camões, Luís de (Versión de Alejandro Araoz Fraser)
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