Washington Irving recogió esta historia, como casi todas las
que escribió, de las tradiciones populares granadinas, en este caso sabemos que
ocurrió en 1765 por narrar los hechos el padre Echeverria en el segundo tomo de
sus Paseos por Granada publicado el
mismo año.
Así que tomando de una y otra versión, respetando en lo
posible aquellos elementos que el padre Echeverria describe, por ser testigo de
la historia, os contaré lo que ocurrió.
Pues bien D. Vicente, nuestro protagonista, joven de corazón
generoso y noble, era lo que se llamó en la época un sopista, es decir seguía su carrera sin otros recursos que los de
la caridad y como se dice que el hambre agudiza el ingenio, en la canícula, él
y otros muchos estudiantes de España peregrinaban por toda su geografía
alegrando cualquier reunión con canciones y cuentos por lo que recibían una
pequeña suma que les permitía continuar sus estudios.
Quiso la casualidad que al pasar por la plaza de Carvajal de
Salamanca, vecina a la cueva de San Cipriano, lugar en el que Satanás, bajo la
apariencia de sacristán, impartía doctrinas de ciencias ocultas, adivinación,
astrología y magia, Don Vicente encontrase en el suelo un anillo, el mismo
tenía grabado sobre el chatón una extraña divisa: dos triángulos cruzados
formando una estrella, el Sello de Salomón, conocido por aportar prosperidad a
la persona que lo porta.
Nuestro estudiante, desconocedor de sus propiedades,
agradeció a San Cipriano el regalo encontrado e inició su marcha hasta Granada
dónde pensaba recaudar algunas monedas.
Pronto llegó a Granada donde, en poco tiempo, gracias a su
carácter, guitarra e ingenio, se convirtió en el centro de todas las zambras y
reuniones.
A los pocos días de su llegada se celebraba la noche de San
Juan, fiesta en la que las jóvenes granadinas esperaban ansiosas que en la
campana de la Torre de la Vela resonasen las doce campanadas de la medianoche para
lavar sus rostros en las aguas corrientes del Genil, el Darro o la Fuente Nueva
en la seguridad de que ésta aumentaría su belleza.
Don Vicente fue invitado a animar con su música y cantes a
los reunidos junto al puente de las Cornetas del río Darro, puente hoy conocido
como del Aljibillo.
Mientras tocaba su guitarra sentado en el pretil del viejo puente, observó que en la otra orilla estaba sentado un soldado con uniforme azul y encarnado, gola, espada al cinto y pica en la mano, al que nadie prestaba atención-
Al poco, se levantó y dirigiéndose al soldado le preguntó a
que regimiento pertenecía dada su extraña indumentaria. Éste respondió:
-A la Guardia Real de
Doña Isabel de Castilla.
- Pero si este cuerpo desapareció hace ya trescientos años, replicó el estudiante.
- Pero si este cuerpo desapareció hace ya trescientos años, replicó el estudiante.
- Trescientos años que
llevo montando guardia, pero hoy podré acabar mi servicio. ¿Queréis hacer
fortuna?
Sorprendido el estudiante, su rostro delató el temor a
participar en algún acto criminal. El soldado le tranquilizó señalando a su
espada: “Nunca la he sacado sin razón,
nunca la he envainado sin honor, despreocupaos, soy cristiano viejo, confíad en
mí.”.
Tras ello, lo condujo a través de la muchedumbre que
celebraba la noche de San Juan en la plaza del Aljibillo, sin que al parecer,
nadie notase su presencia hasta un camino polvoriento que bordea la muralla de
la Alhambra.
Al llegar a la Torre de los Reos, el extraño soldado golpeó
con el regatón de la pica una de las paredes, abriéndose con gran estruendo el
muro de piedra para franquearles el paso.
- “Entrad, no temáis
nada”, le dijo el soldado.
Dentro había varias tinajas y un pequeño asiento de piedra
al que se refirió diciendo: “ésa ha sido
mi cama durante tres siglos”.
- Tendréis un sueño
muy profundo para poder dormir sobre esa piedra, le replicó.
- “No, son tres siglos
castigado a velar constantemente el tesoro que encierra esta cueva. Entré en
esta ciudad con sus majestades los Reyes, pero un alfaquí me convenció le
ayudase a guardar sus tesoros en esta cueva con la promesa de pagar
generosamente mis servicios. Debiendo ausentarse temporalmente, y temeroso de
mi fuga con los tesoros, me hechizó para que los vigilase sin descanso. El
alfaquí desapareció y desde entonces solo me está permitido salir de tres en
tres años en la noche de San Juan, dirigirme al puente de las Cornetas y
esperar que alguien generoso y noble y con poderes suficientes rompa el
hechizo. Hoy tú, poseedor de esas virtudes y del anillo con el Sello de
Salomón, tenéis el poder de rescatarme”.
Al punto recordó el estudiante el anillo que le “regaló” San
Cipriano en Salamanca, maravillándose de su poder.
Pronto el soldado le devolvió a la realidad: “¿Ves estas tinajas llenas de oro y piedras
preciosas?, rompe el embrujo que me retiene y la mitad del tesoro será tuya”.
- ¿Qué tengo que
hacer?, respondió.
- “Deberás de buscar
tres monedas pensadas y dobladas, con ellas deberás de adquirir – ¡Ay!, el
relator omitió intencionadamente la relación de los objetos a adquirir- y volverás aquí antes de tres días. Date
prisa, si no lo logras en ese plazo deberé de esperar otros tres años. El
anillo te franqueará la entrada”.
Preguntó nuestro estudiante sobre que quería decir exigiendo
que fuesen tres monedas pensadas y dobladas, a lo que el soldado le
respondió que pensadas, quería decir, que el que se las diese no supiera para
que fin se las daba y pensase que
eran para su uso, y dobladas, quería decir, que una a otra se excediesen en la
mitad de su valor, por ejemplo: cinco reales una, diez otra y veinte la
tercera.
El estudiante se despidió presuroso por lograr las monedas y
llevar los objetos pedidos y al salir, cuando volvió la cara, no vio más que la
pared de la Torre.
Al bajar para Granada, junto a la fuente de las Ninfas[1],
encontró a un amigo al que le preguntó si podría darle treinta y cinco reales
en tres monedas, éste le dijo que contara con su ayuda si necesidad de explicaciones
pero que solo disponía de dos pesetas[2] y
esas le daba, nuestro estudiante pensó que bastaba con pedirlas, por lo que las
tomó.
Con esa confianza, se dirigió rápidamente a la tienda de la
Batera irlandesa, frente a la calle de Benamar, en el Zacatín, donde adquirió
los objetos pedidos.
A la noche siguiente, D. Vicente, con su sello de Salomón y
los objetos, se presentó delante de la Torre de los Reos, al mostrar el sello
sus muros se abrieron y le permitieron el paso.
Allí encontró al soldado, pero para su sorpresa éste estaba
triste, cabizbajo, su cara parecía grisácea, y le explicó “sé que pediste las monedas según mis instrucciones, pero sé que te
dieron dos pesetas. Pero todo ha sido inútil, todo se ha echado a perder por la
falta de las monedas. Observa las tinajas, donde había oro ahora solo hay
carbón, donde había piedras preciosas ahora solo hay escombros. Así que dentro
de tres años, es decir en 1768, esperaba lo liberase de su triste destino”.
Ahora que caigo, 1765, 1768, 1771, 1774, …1840, 1843, 1846,
…2011, … 2014. Este año … irá el
soldado, tú ya tienes el corazón generoso y noble, solo te falta el sello, y éste
lo llevo en el bolsillo.
El 23 de junio, a las once de la noche, nos vemos en el
Puente del Aljibillo.
Te espero.
Irving, W. Cuentos de
la Alhambra. Madrid: Ediciones Ibéricas, 1953.
Laurent. Tarjeta postal con Vista de la Alhambra en 1879.
Gimeno, F. La Torre de los Reos en Granada, reproducida por La
Ilustració Catalana de 15 de marzo de 1885. Núm. 130.
[1] La Fuente de las Ninfas
separaba la Plaza de Santa Ana de la Plaza de la Chancillería. Levantada entre
1590 y 1593, fue derruida en 1836 tras un desbordamiento del río Darro que se
aprovechó para unir las tres plazas contiguas: Nueva, de la Chancillería y
Santa Ana en una amplia plaza que alcanzaría su tamaño actual con el derribo de
la Iglesia de San Gil.
[2] Aunque oficialmente nace
la peseta en 1868 ya en 1737 el Diccionario de Autoridades de la Real Academia
Española de la Lengua recoge su uso:
PESETA. s. f. La pieza que vale dos reales de plata de
moneda Provincial, formada en figura redonda. Es voz modernamente introducida.
Latín. Moneta argentea duplex. Didrachmum
agenteum.
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