Hoy quiero hablaros de perfumes.
Y es que en opinión de los “entendidos” la mejor fragancia
es la del almizcle. Éste procede de una sustancia segregada por algunas glándulas
del ciervo almizclero que habita en el Tíbet.
Cuenta una leyenda hindú que tras una disputa entre los
ciervos para alcanzar la comida, uno de ellos fue herido. En ese momento el
valle se llenó de un grato olor.
Uno de ellos, prendado por ese aroma, comenzó a buscar
afanosamente el origen del mismo. ¿De dónde saldría ese perfume que embriagaba
los sentidos? ¿Vendría de las flores silvestres? ¿de las aguas que
corrían? ¿del rocío que cubría las hierbas?
Desde ese día la búsqueda de ese perfume dio sentido a su
vida; alejándose de la seguridad del valle saltaba las quebradas mas anchas,
subía a las montañas mas altas, descendía a las oquedades mas profundas, …
Obsesionado olvidó la comida, la bebida, el sueño, … solo se
preguntaba ¿de dónde viene ese aroma?
Un día, agotado, al intentar saltar un acantilado cayó al
fondo y tratando de curar sus heridas se lamió el pecho roto en la caída, al
hacerlo percibió el aroma buscado. El olor nacía dentro de él.
Nosotros, como los ciervos almizcleros, llevamos el aroma
dentro, pero disfrutamos sobre ellos de la ventaja de que no necesitamos morir
sino nacer de nuevo y para esto solo hace falta creer en Él.
Desde ese momento “somos el buen olor de Cristo” (2 Cor.
2:15) y esa si es la mejor fragancia del mundo.
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