Algunos años después, como ayer, solo espero que en mi
lápida se pueda escribir “Solo fue un pobre Martín”, del que como decía
Alfonso: "Tiene gracia. Hay gente desconfiada. Cuando me acerco me hacen
una mueca de desprecio y rehusan".
Paz y santa Alegría.
Javier
EL PARAGUAS Y LA COMPAÑÍA
Alfonso C. Comín
Martín vio venir al hombre joven.
Aunque llevaba gabardina, iba completamente mojado. Le goteaba el pelo, las
manos y la cartera. Salió a su encuentro enarbolando el paraguas.
—Le acompaño. Así no se moja.
El hombre joven le miró
sorprendido. Pero al ver su ingenua sonrisa dijo sencillamente:
—Gracias.
—¿Va muy lejos? —preguntó Martín.
—¡Oh!, no mucho. Pero si tiene
prisa me puede dejar. Estoy acostumbrado. Nunca llevo paraguas.
—No, si no es por mí. Yo estoy
para eso. Era por sus pies; los lleva muy mojados... No sé cómo hacerlo.
El hombre joven miró sus zapatos y
notó las plantas húmedas. Al mirar vio también los pies de Martín. Peor que los
suyos.
—Pero, ¿y usted? ¿Ya se ha dado
cuenta?
—Bueno, yo estoy para eso.
El hombre joven no acabó de
entender bien. Iba a preguntar qué quería decir «Yo estoy para eso». Pero
Martín dijo rápidamente:
—Ha dicho que va cerca, ¿verdad?
Perdone. Si me lo permite acompañaré a aquella viejecita de la otra acera; ni
siquiera lleva impermeable. Además, va a resbalar.
Y cruzó corriendo.
El hombre joven no comprendió cómo
la había visto. Tan pequeñita y acurrucada contra la pared del otro lado de la
calle. El mismo bastante trabajo tenía con evitar los charcos.
• * «
—Lástima que los coches no recojan
gente que vaya en su misma dirección. Mire, en ése iría usted estupendamente.
Mi paraguas no le evita el frío. Además, si todos lo hicieran no andarían así
los tranvías. Fíjese, aquel chico se va a caer del estribo.
—¡Agárrate bien! ¡No resbales!
—gritó Martín al muchacho.
La viejecita se paraba de vez en
cuando. Respiraba fatigosamente.
—Muchos días de lluvia lo pienso.
¿Qué les costaría a los coches vacíos llevar gente?
Mientras vayan en la misma
dirección... Con un paraguas se hace poca cosa.
La viejecita hizo un gesto
señalando una portería oscura y sucia. Martín la ayudó a cruzar cogiéndola del
brazo. Al llegar, la viejecita dio un beso a Martín en la frente y se metió en
la oscuridad.
• * «
Aquel día recibieron en el
hospital un hombre herido de atropello. Martín tuvo una muerte dolorosa. Las
piernas aplastadas por el tranvía. Antes de morir había preguntado entre
ronquidos:
—¿No encontraron un paraguas? Un
paraguas...
• * «
Después se supo, por un amigo que
leyó el periódico. El mismo Martín se lo había contado:
«Apenas servía para nada. En el
pueblo no me enseñaron ni siquiera a leer. Pero aquel día... Fue el hijo de la
vecina. Nos conocíamos poco, pero me vio muy mojado. Y levantando su paraguas
me dijo riendo: "Si quieres te llevo". Entonces se me ocurrió la
idea. El paraguas; no sé por qué era lo único que conservaba. ¿Cómo no se me
había ocurrido antes? Tanto tiempo sin servir para nada.»
El amigo recordó. Martín decía:
«Tiene gracia. Hay gente
desconfiada. Cuando me acerco me hacen una mueca de desprecio y rehúsan.
Quizá... Voy un poco roto. Pero bueno, la mayoría agradecen el paraguas y la
compañía. Al menos eso dicen...»
• * «
El amigo recordó lo que otros
decían:
«Ese Martín es un inútil. No sirve
para nada.»
• * «
De Martín se dijo que había sido
un predecesor.
(El Ciervo, junio de 1957.)
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